Enzo Ferrari no quería realmente pilotos italianos en su equipo, pero cuando Lorenzo Bandini gana una carrera en 1964 contra todo pronóstico, el italiano es abrazado por el Commendatore. Muere tres años después en un horrible accidente durante el Gran Premio de Mónaco.
Primero, ese nombre. Lorenzo Bandini, con ese maravilloso ritmo saltarín y el énfasis en la sílaba media dos veces: este joven de Florencia, hijo de un exitoso dueño de hotel, debía estar destinado a grandes hazañas. Una cuna que, por cierto, no estaba en Italia, sino en Libia, cuando ese país del norte de África todavía era una colonia italiana. Como muchos jóvenes italianos, sus padres son alentados por el régimen fascista de Benito Mussolini a establecerse en las colonias de ultramar, pero con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la familia se ve obligada a regresar a Italia. Tienen un pasajero extra: el joven Lorenzo, nacido en 1935.
El padre de Bandini muere en la guerra y la madre tiene que mantener el hotel familiar en Florencia. Lorenzo queda bajo el cuidado de Goliardo Freddi, propietario de un garaje en Florencia. Con los coches de ‘Signor Freddi’, Bandini da sus primeros pasos en el automovilismo. Gana su clase en la Mille Miglia en 1958 y pone su mira en la Fórmula Junior, una categoría de carreras extremadamente popular en Italia. Bandini intenta, como tantos otros jóvenes pilotos, llamar la atención de los equipos de Fórmula 1. Y al igual que muchos de sus compatriotas, sueña con Ferrari.
‘¡Ferrari, asesino!’
En ese periodo, Enzo Ferrari en Maranello tiene cosas más importantes en mente que buscar talento italiano. En 1958, los pilotos de Ferrari, Eugenio Castellotti y Luigi Musso, sufrieron accidentes mortales, y con ellos, Italia perdió a dos de sus mayores talentos. También murió el piloto de Ferrari, Peter Collins. El británico, que hablaba italiano con fluidez, tenía una relación especial con Enzo Ferrari, le recordaba a su hijo Dino, que murió de leucemia en 1956. Además, se presentó una demanda contra Ferrari tras el fatal accidente de Alfonso de Portago durante la Mille Miglia, en el que murieron tanto el piloto español como nueve espectadores.
‘¡Ferrari, asesino!’, gritan los periódicos italianos. Lo llaman ‘el monstruo que devora a sus propios hijos’. Son palabras que afectan profundamente al aparentemente imperturbable Ferrari. Pero en lo más profundo de su corazón, no desea nada más que convertirse en campeón del mundo con un piloto italiano al volante.